
Atolón Diego García en el archipiélago de Chagos | Foto: BBC.
Las grandes potencias del pasado, esos imperios que una vez dominaron los mares y trazaron las fronteras del mundo, se desvanecen poco a poco. En su lugar, nuevos actores emergen, reclamando influencia en regiones que durante siglos fueron saqueadas, colonizadas y controladas por fuerzas extranjeras. El Reino Unido de Gran Bretaña, conocido como la "reina de las olas" y símbolo del poder imperial, fue durante siglos un coloso global. Con presencia en todos los continentes, el Imperio Británico no solo expandió su influencia, sino que definió el orden internacional de su época.
Uno de estos territorios es el archipiélago de las Islas Chagos que está ubicado en el Océano Índico, una región de vital importancia mercantil y geopolítica. Durante siglos, este océano ha sido un puente crucial entre Europa y el sudeste asiático, conectando mercados a través del Mar Rojo, el Golfo Pérsico y rutas estratégicas como el Canal de Suez y el Estrecho de Malaca. Innumerables cantidades de mercancías y recursos han transitado estas rutas, consolidando al Océano Índico como una arteria clave del comercio global.
Contar con presencia en este océano representa una proyección de poder estratégica, especialmente si dicha posición se encuentra en su corazón, como ocurre con las Islas Chagos. La isla de Diego García, en particular, ha destacado como un punto neurálgico que controla rutas marítimas esenciales y alberga una de las bases militares más importantes del mundo. Actualmente, la base estadounidense en Diego García podría considerarse uno de los puestos de avanzada militar más estratégicos del planeta. Esta isla de arrecife, que alguna vez fue hogar de la población chagosiana, se ha transformado en un bastión clave para la vigilancia y supervisión del Océano Índico. Desde esta posición privilegiada, Estados Unidos protege rutas comerciales cruciales y mantiene una ventaja estratégica en el Medio Oriente, como se evidenció durante las guerras del Golfo. Además, su ubicación cercana a uno de sus principales antagonistas, Irán, refuerza su relevancia geopolítica.
Tras décadas de controversias y presión internacional, y en cumplimiento del fallo de la Corte Internacional de Justicia emitido en 2019, el gobierno del Reino Unido y Mauricio han alcanzado un acuerdo político sobre la transferencia de soberanía del archipiélago. A pesar del acuerdo político, la negociación del tratado final aún no se ha concretado. Esto se debe en parte al reciente cambio de gobierno en Mauricio, cuyo nuevo mandatario ha expresado su desacuerdo con los términos actuales de la negociación.
Este giro en las negociaciones resalta la importancia geopolítica de la isla y la determinación de las ex colonias para reclamar sus derechos frente a sus antiguos gobernantes. La incertidumbre sobre el futuro de Diego García no solo impacta las relaciones entre el Reino Unido y Mauricio, sino que también genera tensiones entre los chagosianos, que anhelan su retorno, y los actores internacionales con intereses estratégicos en la región.
La retirada británica de esta área no es un acto altruista, sino el resultado de una presión constante por parte de organismos internacionales y potencias emergentes. Mientras India busca llenar este vacío, el Reino Unido enfrenta el desafío de redefinir su papel en un sistema internacional que ya no favorece las estructuras imperiales. En un mundo donde las potencias emergentes como India y China juegan un papel central, el Reino Unido parece cada vez más relegado a un papel periférico.
Esta transición no solo refleja el ascenso de nuevas potencias, sino también la incapacidad del Reino Unido para adaptarse al cambio. Su histórica influencia en el Océano Índico, que alguna vez fue el símbolo de su dominio marítimo global, ahora se ve eclipsada por las ambiciones de India, que no solo busca asegurar rutas comerciales críticas, sino también contrarrestar el expansionismo chino en la región.
Estados Unidos también siente este cambio y su actual administración está haciendo todo lo posible para garantizar la continuidad de su presencia militar en Diego García. A diferencia de otros momentos de tensión diplomática recientes con otros aliados y socios comerciales, el posicionamiento de Washington ha sido claro: apoyar un acuerdo que no solo asegure que el Reino Unido siga con la operatividad de la base, sino que también brinde estabilidad a largo plazo en la región.
En este orden de ideas, la actual administración de Donald Trump busca reforzar y fortalecer la alianza con el Reino Unido. En las recientes pláticas sostenidas en la Casa Blanca con el primer ministro Keir Starmer, Trump demostró su respaldo a una solución que permita concretar una negociación favorable tanto para Reino Unido como para Estados Unidos. Su administración ha enfatizado la importancia de asegurar un acuerdo estable y prolongado que beneficie los intereses estratégicos de ambas naciones.
Desde esta posición clave en el Océano Índico, Estados Unidos busca remarcar su papel en la seguridad internacional, manteniendo su capacidad de proyección militar en puntos estratégicos como el Medio Oriente, África y el sudeste asiático. Con la posibilidad de extender el arrendamiento de la base en Diego García de 99 a 140 años, Washington no solo garantiza su presencia en la región, sino que también envía un mensaje sobre su compromiso con la estabilidad en el Indo-Pacífico y su disposición a contrarrestar influencias rivales, como la de China en el Océano Índico. Aún no se ha definido una fecha para el tratado de la devolución del Territorio Británico del Océano Índico (BIOT) a Mauricio, pero se espera que con el apoyo de Estados Unidos el proceso se concrete en los próximos meses.
Durante siglos, la frase emblemática “el sol nunca se pone en el Imperio Británico” fue una afirmación literal, reflejando la vastedad de sus dominios en todos los continentes. Ahora con la transferencia de las Islas Chagos, el sol finalmente se ocultará sobre el territorio británico al ponerse en las Islas Pitcairn, en el Pacífico Sur, antes de volver a salir en sus bases en Akrotiri y Dhekelia, en Chipre. Este ocaso, aunque simbólico y de corta duración, representa el cierre de un capítulo en la historia colonial del Reino Unido.
El momento no podría ser más irónico. Al igual que en el pasado el sol iluminaba un imperio en expansión, ahora su ocaso marca el fin de una era. Desde las costas de América hasta las pequeñas islas del Océano Índico, los vestigios del imperio han ido desapareciendo, dejando tras de sí un Reino Unido que lucha por redefinir su identidad y su influencia en un mundo donde nuevas potencias emergen con fuerza.
Para algunos, la devolución de las Islas Chagos representa una tragedia y una pérdida histórica; para otros, en especial el pueblo chagosiano, es una victoria parcial. Si bien podrán regresar a su hogar, lo harán bajo la soberanía de Mauricio, y su retorno no incluirá la isla de Diego García, que permanece fuera de su alcance debido a la presencia militar. No obstante, para los chagosianos, este es un paso significativo hacia la recuperación de su identidad y de las tierras que habitaron por generaciones.
El declive de un imperio trae consigo tanto desafíos geopolíticos como nuevas oportunidades. En este caso, las casas y construcciones que quedaron abandonadas tras el desalojo de los chagosianos volverán a ser habitadas, aunque ahora bajo la bandera de Mauricio. Si bien, la vida en este pequeño paraíso será diferente. Los chagosianos deberán adaptarse a un mundo más complejo, donde su tierra no solo está bajo la mirada de Mauricio, sino también bajo el interés estratégico de potencias como Estados Unidos, que utiliza la región para planificar sus movimientos en el Océano Índico.
La devolución de las Islas Chagos no es solo un acto de justicia histórica, sino también un símbolo del debilitamiento geopolítico del Reino Unido. Para una nación que alguna vez dominó los mares y se jactó de que “el sol nunca se pone en su imperio”, esta pérdida territorial representa una derrota moral. Para muchos británicos, las Islas Chagos son parte de un pasado imperial que ahora se siente cada vez más lejano, arrancado por las fuerzas del derecho internacional y la presión global.
Sin embargo, este suceso no ocurre en un vacío. La salida británica del Océano Índico deja espacio para que otras potencias, como India y Estados Unidos, fortalezcan su presencia en una región clave para el comercio y la estrategia militar global. Al mismo tiempo, naciones como Argentina observan con atención, buscando en este precedente una oportunidad para renovar sus reclamos sobre las Islas Malvinas. Si el Reino Unido pudo ceder ante Mauricio, ¿podría suceder lo mismo con otros territorios en disputa?
El declive británico, evidente en la descolonización de sus últimas posesiones, refleja un reordenamiento global donde antiguos imperios ceden su lugar a nuevas potencias. Pero este proceso también plantea preguntas sobre cómo las naciones herederas de esos territorios gestionarán los desafíos del mundo contemporáneo. En el caso de las Islas Chagos, el regreso de los chagosianos y el mantenimiento de una base militar estadounidense serán el verdadero reto para Mauricio, ahora bajo la presión de equilibrar justicia histórica con intereses geopolíticos.
En el pasado, estas islas fueron un centro de producción de aceite de coco; ahora son parte de un escenario geopolítico donde las decisiones de las grandes potencias moldean el destino de quienes las habitan. La industria del aceite dio paso a bases militares, y el paraíso insular se transformó en un eje clave de la estrategia global.
El Reino Unido, mientras tanto, deberá enfrentarse a la realidad de que cada retirada no solo disminuye su influencia global, sino que también alimenta las aspiraciones de otros actores, desde las potencias emergentes hasta las naciones con reclamos históricos. El sol, al fin y al cabo, se pondrá en el Imperio Británico y, por primera vez en varios siglos, la Corona Británica se encontrará bajo la luz de la luna, enfrentando la incertidumbre de un mundo donde su hegemonía es cosa del pasado.
