
Manifestaciones de migrantes en Los Angeles | Foto: Los Angeles Times
A lo largo del tiempo, la relación bilateral entre México y Estados Unidos ha experimentado múltiples etapas y transiciones que reflejan tanto momentos de colaboración como episodios de profundo antagonismo. En ciertos periodos, ambos países han logrado consolidar esquemas de cooperación en áreas específicas, como la resolución pacífica del diferendo territorial de El Chamizal en 1967 o el impulso al intercambio académico mediante el programa de Becas Fulbright-García Robles. Sin embargo, esta interacción también ha estado marcada por conflictos significativos, entre los que destaca la guerra de 1846-1848. Este enfrentamiento, cuyo desenlace resultó desfavorable para México, culminó en la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, a través del cual el país se vio obligado a ceder más de la mitad de su territorio. Este episodio dejó una profunda impronta en la memoria colectiva mexicana. La historia compartida revela así una dinámica compleja y en constante evolución.
La vecindad geográfica entre México y Estados Unidos, con una frontera terrestre que supera los 3,000 kilómetros, exige que ambos gobiernos ajusten sus prioridades para responder a los desafíos compartidos en materia de seguridad, comercio, inversión, migración y otros temas estratégicos. Esta condición fronteriza genera una dinámica bilateral constante, en la cual las prioridades nacionales deben armonizarse con los intereses bilaterales y regionales. Desde una perspectiva teórica inspirada en Robert Keohane y Joseph Nye, el Dr. Rafael Velázquez Flores sostiene que esta relación se configura como una interdependencia asimétrica y multifacética. En este marco, México busca ampliar su capacidad de decisión dentro de un entorno caracterizado por desequilibrios estructurales de poder. Por su parte, el Dr. Jorge Schiavon argumenta que la agenda bilateral se encuentra inserta en una lógica de interdependencia compleja, en la que la densa red de instituciones y los múltiples vínculos económicos, sociales y políticos restringen la posibilidad de actuar de forma unilateral por parte de cualquiera de los dos países.
Una de las manifestaciones más evidentes de la interdependencia que caracteriza a la región de América del Norte fue la firma del TLCAN en 1992, en vigor dos años después, y que en 2018 pasaría a convertirse en el TMEC tras un proceso profundo de renegociación. Este mecanismo de integración económica, aunque menos ambicioso que el modelo de integración de la Unión Europea, ha fortalecido los vínculos comerciales y productivos en la región, generando beneficios recíprocos. Por un lado, las empresas estadounidenses han consolidado el acceso preferencial a insumos provenientes de México, lo que ha impulsado sectores clave como el automotriz, el electrónico y el agroindustrial. A través de reglas de origen más estrictas, el acuerdo ha incentivado una mayor producción de componentes dentro de Estados Unidos, protegiendo industrias en estados estratégicos como Michigan, Texas y Ohio. En este contexto, México se convirtió en 2023 en el principal socio comercial de Estados Unidos, con importaciones valoradas en 475 mil millones de dólares, superando a China y Canadá.
Por su parte, México encuentra en Estados Unidos a su principal socio comercial, que para abril de 2025 representó el destino de más del 80% de sus exportaciones y el origen de más del 40% de sus importaciones totales. El acceso preferencial establecido por el TMEC le ha permitido a la economía mexicana posicionarse como un proveedor estratégico de bienes y servicios para la economía estadounidense, con especial relevancia en sectores como el automotriz, electrónico, manufacturero y agroindustrial. Las disposiciones más estrictas sobre reglas de origen en el sector automotriz han incentivado una mayor integración regional, lo que ha llevado a las plantas ubicadas en México a ampliar su participación en la producción de componentes y procesos de ensamblaje. Aunque el sector automotriz concentra gran parte de los beneficios, otros sectores también han experimentado una expansión significativa. De tal manera, México se ha convertido en el principal proveedor agrícola de Estados Unidos y ha fortalecido su presencia en sectores como el farmacéutico, químico y de bienes de capital, incluyendo maquinaria, equipo eléctrico y de computación.
Tabla 1. Principales destinos de las exportaciones mexicanas


Como es posible apreciar en la tabla 1, Estados Unidos y Canadá ocupan los dos primeros lugares en el destino de las exportaciones mexicanas. Con datos correspondientes a abril de 2025, el mercado estadounidense importó de México casi 45 mil millones de dólares. En lo que respecta a las importaciones mexicanas y durante el mismo periodo, Estados Unidos ocupó el primer lugar como socio comercial de México, al superar los 21 mil millones de dólares, dejando a China en una segunda posición con poco más de 10 mil millones de dólares. En este sentido, es pertinente resaltar que, tal como lo muestra la tabla 2, Canadá ocupó el lugar 10 como origen de las importaciones mexicanas. En este escenario, es pertinente resaltar que la integración económica entre México y Estados Unidos trasciende el intercambio de bienes: ambos países han construido una red productiva integrada y altamente especializada que permite generar millones de empleos, a la vez que propicia el crecimiento en la región norteamericana.
Tabla 2. Principales orígenes de las importaciones mexicanas


En el tema migratorio, México y Estados Unidos mantienen una interdependencia profunda que permea la agenda bilateral no solo en el aspecto socioeconómico sino también en temas de seguridad. En 2023, aproximadamente 10.6 millones de inmigrantes nacidos en México residían legalmente en Estados Unidos, representando el 23 % del total de inmigrantes extranjeros. En paralelo, y de acuerdo con el Pew Research Center, alrededor de 4.0 millones de mexicanos vivían sin estatus regular, cifra que ha descendido desde su máximo de 6.9 millones en 2007. De tal manera, la presencia mexicana en EE. UU. continúa ejerciendo un impacto dual: aporta fuerza laboral y estabilidad demográfica a la economía estadounidense a la vez que genera un flujo constante de remesas y vínculos transnacionales que fortalecen el desarrollo regional en México y los lazos binacionales. De hecho, el Banco de México estimó que las remesas enviadas desde Estados Unidos a México representaron más de 62 mil millones de dólares en 2024, cifra que rebasó con creces a las exportaciones mexicanas generadas por productos petroleros que, en el mismo año ascendieron a alrededor de 30 mil millones de dólares.
En el actual escenario de interdependencia compleja entre México y Estados Unidos, la reelección de Donald Trump ha introducido un clima de tensión que ha debilitado los canales tradicionales de diálogo y cooperación bilateral. La administración republicana ha sustituido la diplomacia estructurada por una retórica caracterizada por amenazas, percepciones erróneas y un ambiente generalizado de incertidumbre. Aunque la estrategia confrontativa del presidente Trump no se limita a México –pues responde a la narrativa de que la comunidad internacional se ha aprovechado de forma excesiva y asimétrica de su relación con Washington–, su gobierno ha agudizado la imagen de México como factor explicativo de diversos malestares internos en Estados Unidos. La migración irregular, el narcotráfico y el desequilibrio comercial se han convertido en temas recurrentes mediante los cuales la Casa Blanca canaliza demandas internas, reforzando una narrativa de confrontación. Esta dinámica erosiona los mecanismos institucionales de entendimiento bilateral y pone en riesgo los avances alcanzados en materia de cooperación económica, seguridad y gobernanza transfronteriza.
Desde el inicio de su segundo mandato, el presidente Trump ha impulsado una serie de acciones unilaterales que intensifican su agenda migratoria restrictiva. El mismo día de su toma de posesión, declaró una emergencia nacional en la frontera sur y firmó múltiples órdenes ejecutivas que eliminaron el acceso al asilo, suspendieron el programa de reubicación de refugiados y reactivaron la política “remain in Mexico” (Permanecer en México). También delegó al Departamento de Defensa funciones de control fronterizo y autorizó el despliegue del ejército y la Guardia Nacional en tareas tradicionalmente civiles. A través de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, ordenó deportaciones expeditas, incluidas aquellas dirigidas contra menores no acompañados. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) ha ejecutado redadas masivas, incluso en ciudades santuario, escuelas y hospitales. Esta ofensiva institucional ha intensificado la criminalización de personas indocumentadas, mientras la utilización de fuerzas militares en espacios urbanos ha deteriorado la certidumbre jurídica y generado un entorno de inseguridad que fractura la cohesión social y amplifica el temor colectivo.
En el ámbito comercial, el presidente Donald Trump ha promovido órdenes ejecutivas que imponen aranceles a las exportaciones mexicanas de acero, aluminio y automóviles, justificando tales medidas con argumentos relacionados con el déficit comercial, el flujo migratorio irregular y el combate al tráfico de fentanilo. Si bien su administración ha suspendido temporalmente algunos gravámenes aplicables a productos incluidos en el TMEC, las decisiones unilaterales han intensificado la incertidumbre en la relación bilateral, al contradecir compromisos adquiridos en el marco del tratado. Las constantes amenazas de ampliar los aranceles a bienes no contemplados en el acuerdo, junto con el uso de facultades extraordinarias para imponer restricciones comerciales, han deteriorado el clima de confianza entre los sectores productivos de ambos países. En respuesta, el gobierno mexicano ha promovido acciones diplomáticas y mecanismos de diálogo orientados a garantizar la correcta implementación del TMEC, así como a establecer salvaguardas que reduzcan los riesgos derivados de medidas proteccionistas que afectan la estabilidad y previsibilidad del comercio regional.
En el contexto actual, el presidente Trump ha desatendido la relevancia estratégica de los aliados históricos y socios comerciales de Estados Unidos, al adoptar medidas que han deteriorado la confianza no solo con México, sino también con otros socios estratégicos como Canadá y la Unión Europea. Esta situación ha colocado al gobierno mexicano frente a un desafío complejo: preservar la estabilidad de su vínculo económico más importante y, al mismo tiempo, sostener una política de protección consular robusta. Para ello, México opera una de las redes consulares más amplias del mundo, con 53 representaciones distribuidas en todo el territorio estadounidense. La labor del Servicio Exterior Mexicano se vuelve esencial en este escenario, al fortalecer el diálogo diplomático y subrayar ante Washington que México comparte valores democráticos y económicos con Estados Unidos. Reconocer la interdependencia mutua resulta indispensable: la prosperidad y estabilidad de ambos países se entrelazan, y una relación bilateral sólida representa un componente clave para el crecimiento económico sostenido de América del Norte en su conjunto.
Aunque resulta incierto prever las decisiones futuras del presidente Trump, el gobierno mexicano debe privilegiar el diálogo y la concertación política como estrategias subyacentes de su política exterior, evitando cualquier maniobra basada en la confrontación, dado que esta solo socava la relación bilateral. La administración de la presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta la trascendental tarea de identificar con precisión las prioridades del gobierno estadounidense para anticiparse de forma proactiva y actuar con claridad y consistencia. México no puede permitir que su política exterior se limite a responder reactivamente a iniciativas unilaterales marcadas por la retórica agresiva y la incertidumbre. En este contexto, el Servicio Exterior Mexicano debe ejercer con firmeza su probada capacidad negociadora para consolidar a México como un vecino confiable y un actor clave en la estructura económica regional. La relación bilateral requiere transmitir con claridad que la prosperidad de Estados Unidos también se vincula estrechamente con la estabilidad y el crecimiento de México, cuyo interés en el bienestar económico de su vecino del norte responde a una lógica compartida de interdependencia estructural.
